Onslaught y el thrash británico
En 1989, mientras el thrash metal vivía una especie de edad dorada entre riffs veloces y melenas sudadas, los británicos Onslaught decidieron que era buen momento para… cambiarlo todo. Y cuando digo todo, me refiero a TODO: nuevo vocalista, nuevo productor, nueva dirección y, en general, una nueva personalidad. Lo único que sobrevivió del caos anterior fue el logo.
De los sótanos al estudio caro
Para entender In Search of Sanity, hay que recordar que Onslaught venía de dos discos esenciales para el underground:
- Power from Hell (1985), un aquelarre sonoro lleno de blasfemias, suciedad y actitud punk.
- The Force (1986), donde el grupo afinó su sonido y se convirtió en un peso pesado del thrash británico, con riffs que olían a pólvora y cerveza barata.
Y entonces… llegó 1989. Las disqueras empezaban a oler dinero en el metal, y thrash se volvió palabra de marketing. Onslaught firmó con London Records, un sello mayor, y eso implicaba presupuesto, estudios grandes, y sobre todo, ejecutivos con corbata opinando sobre cómo debían sonar las guitarras. Ya se imaginan cómo termina eso.
Bye bye Sy Keeler, hello Steve Grimmett
En medio del proceso, el vocalista Sy Keeler —ese tipo con voz de furia desatada y espíritu callejero— fue reemplazado por Steve Grimmett, ex Grim Reaper, un cantante más melódico y técnico. Si Keeler era una navaja oxidada, Grimmett era un bisturí esterilizado.
El resultado: un Onslaught mucho más limpio, con un sonido que rozaba el heavy metal tradicional, y una producción que parecía salida de una clínica suiza.
Muchos fans del primer Onslaught sintieron que les habían cambiado la cerveza por vino blanco. Y sí, tenían razón. Pero lo curioso es que, debajo de esa producción pulida, In Search of Sanity todavía tiene el esqueleto de una gran banda thrash, intentando abrirse paso entre los coros melódicos y los arreglos “comerciales”.
Producción de lujo… ¿o exceso de limpieza?
El disco fue producido por Stephan Galfas, conocido por su trabajo con Meat Loaf y Stryper. Si estás pensando que esos nombres no suenan precisamente a thrash, estás en lo correcto. La mezcla final suena tan pulida que podrías usarla de espejo.
La batería de Steve Grice, por ejemplo, suena como si la hubiera grabado en una catedral vacía, y las guitarras —potentes, sí— pierden parte del filo que caracterizaba a la banda. Es como si alguien hubiera pasado una lija sobre el metal.
Aun así, hay temas que mantienen el pulso original:
- “Lightning War”, que arranca con una energía demoledora.
- “Shellshock”, un clásico que mezcla agresión con estructura casi himnótica.
- “Welcome to Dying”, donde Onslaught coquetea con el metal progresivo (por accidente o por exceso de tiempo en el estudio, nunca lo sabremos).
El disco que dividió a los fans
In Search of Sanity fue un éxito moderado, llegando al puesto 46 de las listas británicas y logrando girar con grupos grandes. Pero también fue el álbum que rompió a la banda. Poco después del lanzamiento, la tensión interna explotó y Onslaught se desintegró.
En retrospectiva, el disco suena como el documento de una banda en crisis de identidad: demasiado pulido para ser underground, demasiado agresivo para ser comercial.
Es el típico caso del metal ochentero cuando se acercaba al filo de los noventa: muchos grupos tratando de sonar más accesibles justo antes de que el grunge viniera a sepultarlos.
Revaloración (con una cerveza en la mano)
Hoy, más de tres décadas después, In Search of Sanity se escucha con otros oídos. Ya no molesta tanto la producción ni los coros; incluso puede disfrutarse como una rareza bien hecha. Un “¿qué hubiera pasado si…?” del thrash británico.
Onslaught regresaría en los 2000 con su furia intacta, y Sy Keeler retomaría su lugar como si nada. Pero este álbum sigue ahí, recordándonos que incluso los guerreros del thrash tuvieron su momento de experimentar con jabón y champú.
In Search of Sanity no es el mejor disco de Onslaught, pero sí el más interesante.
Es el sonido de una banda buscando cordura… y perdiéndola gloriosamente en el intento.